«Pizza con champagne»

  • Durante la década de los noventa en Argentina se disfrutaba de la fantasía que un dólar era igual a un peso. Miami, pizza y champagne.

Carlos Menem y su ministro de economía Domingo Cavallo
Carlos Menem y su ministro de economía Domingo Cavallo

“Pizza con champagne” fue una definición de gustos gastronómicos, estilos políticos, tendencias culturales, que definía en un plato y una bebida, la era privatizadora de los noventa en Argentina.

Gobernaba el peronista Carlos Menem (1989-1999), durante su década de mandato dejó una profunda huella en Argentina por haber aplicado a rajatabla las políticas neoliberales que le valieron el aplauso del Fondo Monetario Internacional.

Así fue como privatizó la gran mayoría de las empresas públicas, hoy vueltas a reestatizar por otro gobierno peronista, y dispuso un tipo de cambio en paridad con el dólar, un peso argentino valía lo mismo que un dólar americano. Artificialmente.

La clase media y alta de Buenos Aires vivía la euforia del consumismo y el endeudamiento. Porque el peso argentino valía lo mismo que el dólar de Estados Unidos, ese país con el que manteníamos “relaciones carnales” con el que ya no necesitábamos visa para entrar y que todos queríamos visitar. De esta manera, las clases más bajas y postergadas accedieron a cosas de ricos. Y, por un rato, creímos que lo éramos. Cómo no íbamos a serlo, nosotros que estábamos en un país que formaba parte del primer mundo. Eramos parte del club y vacacionabamos en Miami.

Se amasa con trabajo y se cocina en el horno. O se pide en el bar. Se puede comprar hecha y sólo hace falta abrir la caja para empezar a comerla. Porque a la pizza podemos degustarla en la calle, no hacen falta cubiertos: alcanza con la esquina y el cartón.

Comer pizza – como siempre, como en familia, como con los amigos- , pero tomar champagne. La pizza con champagne represento además la difícil mezcla de creer que estamos en el primer mundo y vivir en Argentina. Descorchábamos champagne, y si sobraba podíamos bañarnos en él como nos enseñaba desde la tele Mariana Nannis. Consumíamos, comprábamos, nos exhibíamos. Eso era una fiesta y había que festejar.

En otro canal de la tele –que también estaba de fiesta- los economistas hablaban del “efecto derrame”. Pero el momento de las mejoras en la distribución, el momento anunciado desde la pantalla y los escritorios en el que el “crecimiento” se iba a derramar y beneficiar a los sectores populares nunca llegó.

Al final de la década los ricos eran mas ricos y los pobres eran mas pobres. Porque mientras viajábamos a Dysney, las fábricas cerraban y la desocupación crecía.

El menemismo fue el derroche. Fue ese nuevo rico que combinó hábitos disímiles. Tan disímiles como la pizza con champagne. Y como quiso ser rico en serio fue al shopping y con devoción compró las mismas ropas que los ricos de las revistas, buscó las mismas marcas. Porque en tiempos así, en donde la capacidad adquisitiva era lo único que teníamos, comprar valía mucho. Y tener era pertenecer.

El menemismo exaltó el consumo al tiempo que banalizó la política y vació el estado. Fue una fantasía, una fantochada, un derroche. Fue también, un robo, una traición, una estafa. Fue la fiesta menemista. Pero se terminó. En un momento, nosotros, como malos anfitriones dijimos “que se vayan todos”. Y quedaron los restos: las copas vacías. Ya no había champagne para tomar, ni para bañarse como Mariana Nannis. Pero tampoco había agua. Porque en la fiesta la habíamos vendido. La habíamos regalado a los invitados de honor junto con los trenes, los teléfonos, la luz, los caminos, los aeropuertos.

La fiesta terminó, no quedó champagne ni pizza. Quedó la esquina y la caja vacía. Quedó el cartón. Quedó la enorme deuda que entraría en default en aquel dramático diciembre de 2001. Todo el mito fundacional de la paridad de un peso y un dólar explotó en 2001 generando la peor crisis económica en la historia del país.