Se les conoció como los “liquidadores”. Su misión: contener la contaminación radiactiva provocada por la explosión en la central nuclear de Chernobyl ocurrida el 26 de abril de 1986. Oleg Veklenko era uno de ellos. Llegó al lugar cuatro días después de la catástrofe. En entrevista con Proceso, Veklenko cuenta cómo 600 mil liquidadores evacuaron ciudades y aldeas, lavaron infructuosamente con productos químicos vehículos, calles y edificios y enterraron todo lo que pudieron… hasta pueblos enteros.
POITIERS, FRANCIA (Apro).- También le viene a la mente «una sensación de algo apocalíptico y, a la vez, profundamente irrisorio».
Veklenko habla despacio, en tono sarcástico. «El humor negro es lo que me salva», comenta este artista que el accidente nuclear de Chernobyl marcó de por vida, física y emocionalmente.
Pintor, dibujante y fotógrafo, Veklenko era también profesor de la Academia Nacional de Diseño y Artes de Járkov (segunda ciudad de Ucrania), donde ya enseñaba en 1986.
De la noche a la mañana se convirtió en uno de los 600 mil «liquidadores» —algunas fuentes hablan de 835 mil—que el Ejército Rojo movilizó en la «guerra contra la radiación», después de la explosión del reactor número 4 de la central nuclear de Chernobyl.
En 1986 Veklenko tenía 35 años y, como todos los soviéticos de su generación, era reservista militar.
El ex liquidador cuenta que la escuela estaba llenísima. Nadie entendía de qué se trataba. De repente todo se aceleró.
«Nos juntaron. Nos ordenaron deshacernos de nuestra ropa civil y vestir uniformes. Nos hablaron de un accidente en la central nuclear de Chernobyl y de la necesidad de ‘refuerzo’. Y sin más explicaciones nos subieron a camiones de transporte de tropas.»
Treinta años después Veklenko recuerda perfectamente lo que sintió al llegar cerca de la central.
«El despliegue militar era impresionante. Nunca habíamos visto tantos tanques, vehículos blindados, camiones. Había soldados por doquier y no vimos a un solo campesino. No dábamos crédito. Teníamos la impresión de actuar en una de esas viejas películas de guerra que veíamos por televisión, pero no entendíamos contra quiénes estábamos en guerra.»
CIUDAD FANTASMA
Algunos días después Veklenko logró divisar campesinos:
«Empezó la evacuación. Desde nuestro campamento militar veíamos pasar todo el día decenas y decenas de autobuses en los cuales se amontonaban campesinos con sus modestas pertenencias. Había mucha desesperación en sus rostros pegados a las ventanas… Les habían dicho que debían alejarse de sus casas tres días, pero muchos presentían que nunca volverían a la tierra de sus antepasados. Eso me confiaron algunos de ellos tiempo después. También se sacaba a todo el ganado… Eran verdaderas escenas de éxodo…»
Entre el 27 de abril y el 7 de mayo de 1986 se desalojó a toda la población de dos ciudades —Prípiat y Chernobyl— y de 70 pueblos y aldeas en un radio de 30 kilómetros alrededor de la central.
Construida en 1970 para acoger al personal de la central nuclear, Prípiat era «una ciudad modelo». Contaba con numerosos jardines, centros deportivos y culturales y, sobre todo, tiendas muy bien surtidas, un lujo en la Unión Soviética.
EL REACTOR NÚMERO 4
Las primeras horas que pasó en el caos que rodeaba el reactor número 4 de la central también quedaron grabadas en su memoria:
«Rebasaba la imaginación. El techo y la fachada norte, de hormigón armado, de la unidad 4 que albergaba el reactor habían sido derribados por la onda expansiva de la explosión. Se veían toneladas de escombros esparcidos por todas partes, enormes bloques de cemento reventados, un enredo monstruoso de cables eléctricos y de estructuras metálicas. Todo contaminado por la radiación, obviamente. Olía a quemado, pero era un olor a quemado especial: fuerte, extraño, que apretaba horriblemente la garganta.
Veklenko abre su computadora portátil. Busca fotos que logró tomar durante su estadía en Chernobyl, donde tenía a su cargo el club cultural del ejército.
En algunas de las imágenes que Veklenko hace desfilar en la pantalla de su computadora se ven soldados con mangueras que parecen regar todo lo que tienen a su alcance: vehículos, suelo, edificios, ruinas…
Veklenko señala grandes charcos de agua jabonosa en una foto: «No se sabía qué hacer con el agua radiactiva que se estancaba después de la descontaminación de los vehículos. Entonces se bombeaba y se vertía en los campos a algunos kilómetros de la central, sin preocuparse lo más mínimo de las aguas subterráneas. Se arrojaron así miles y miles de metros cúbicos de agua radiactiva. Lo mismo ocurrió con la tierra».
‘ENTERRARLO TODO’
Un clic y grandes contenedores metálicos aparecen en la pantalla de la computadora:
«En los primeros días que siguieron a la explosión se empezó a rascar la superficie de la tierra, cuya radiactividad era alarmante. La metíamos en estos contenedores que luego enterrábamos donde se podía. Se calcula que se enterró así un mínimo de 500 mil metros cúbicos de tierra radiactiva entre abril de 1986 y noviembre de 1988. Por supuesto a nadie se le ocurrió marcar en un mapa los lugares donde se encontraban esos contenedores. Después de la tierra se enterraron miles de vehículos imposibles de descontaminar. Y tampoco se señaló en mapas la ubicación de estos cementerios radiactivos.»
En todas las fotos los soldados se ven sin protección contra la radiación. Llevan ropa militar ordinaria y mascarillas de tela ligera que les tapa la boca y la nariz.
MUROS ANTIESPÍAS
El ex liquidador se ríe mirando la foto de una pancarta escrita en caracteres cirílicos que cuelga en la puerta de entrada de un edificio.
Traduce: «Vengan a descansar aquí adentro. La radiactividad es 10 veces más baja que en el exterior».
Pregunta: «¿No le gusta el humor de nuestros oficiales? Afuera la tasa de radiactividad era 2 mil veces superior a la radiactividad natural y dentro del edificio 200 veces, pero en ambos casos superaba muchísimo la dosis de 50 roentgens (unidades que miden las radiaciones ionizantes), más allá de la cual estaba prohibido exponernos. A estas alturas, ¿qué más daba 2 mil veces que 200 veces?».
Veklenko ríe ahora ante la imagen de un grupo de soldados que parecen construir una alta barrera.
Un nuevo clic y la pantalla se cubre con columnas de tanques blindados.
Cuando se le pregunta si fue en Chernobyl donde se derrumbaron sus convicciones comunistas, Veklenko contesta enseguida: «Fue la Unión Soviética la que se derrumbó en Chernobyl».
Después de unos segundos de reflexión, agrega: «En los medios artísticos e intelectuales de las grandes ciudades de la URSS, como Járkov, nadie se hacía mayor ilusión sobre el comunismo. Pero cuando llegué a Chernobyl encontré a mucha gente oriunda de regiones apartadas de la Unión Soviética, obreros y también campesinos de los koljoses (explotaciones agrícolas colectivas).
NUEVA SONRISA AMARGA
«Hoy fuera y dentro de la antigua Unión Soviética todo el mundo reconoce que los liquidadores salvaron a Europa de una catástrofe nuclear mayor. Y sin embargo, año tras año va disminuyendo la ayuda médica y material que se les había prometido».
Inagotable cuando recuerda su experiencia en Chernobyl, Veklenko se muestra muy cauto cuando se le interroga sobre su salud. Argumenta que no está en Francia para hablar de sus problemas personales. Reconoce sin embargo que lleva 30 años con una salud quebrantada, que tuvo cáncer, que está bajo control médico… No da más detalles. Sólo dice con su misma sonrisa cáustica que la vida sigue… y que a pesar de todo vale la pena vivirla.